lunes, 28 de octubre de 2019

Crónica: Por Fermoselle

Partimos a la hora establecida ya que, aun siendo esta poco habitual, los senderistas somos responsables también con los horarios y no hubo que esperar por nadie. Un compañero que a pesar de no encontrarse bien, animoso como es, se acercó hasta el autocar, aunque finalmente y con pesar optó por no incorporarse para evitar un posible entorpecimiento de la marcha. Desde aquí, gracias por su consideración.
Tras pasar por la semivacía presa de Almendra, inicio del encajonamiento del Tormes, llegamos al mesón Las Tres Chimeneas dónde pudimos ponernos las botas tomando un buen café y un sabroso pincho de tortilla.
A las 10 de la mañana nos encontrábamos en la parte alta de Fermoselle para iniciar la marcha. El día estaba nublado, aunque sin amenazar lluvia y soplaba un viento fresquito que animaba a caminar ligero, facilitando realizar las tres o cuatro rutitas enlazadas.

La primera parte es la más fácil, por ser un continuo y suave descenso que viene muy bien para ir calentando. Dejada atrás la Residencia enseguida se llega a la tradicional fuente/pozo de Las Muelas; un poco más adelante el camino de Valcuevo, que pronto se transforma en sendero, baja paralelo a la hondonada formada por el arroyo del Bravío que apenas se ve hasta que desemboca en el Tormes, pasando por lugares con peculiares nombres. A este respecto, Luis Cortés, en su libro “Zamora”, ed. Cervantes, dice que la gente sayaguesa es de natural humilde, lo que se pone especialmente de manifiesto en los topónimos de la comarca (como ejemplo: tesico del aire, el pilanquino, cerro caballino, el garbancico).



A pesar de la sequía, de la sed de estas y otras tierras, la naturaleza nos sorprendió con distintas vestimentas, cambiando de colores para alegría de la vista , nos acompañaron los del verano, al comienzo el amarillo intenso del barcego y el perenne verde oscuro de encinas y quejigos, el menos intenso de escobas, enebros y olivos; en la ribera del Tormes el otoño no había llegado al bosque de chopos y álamos; más adelante los del otoño, especialmente en la ladera de la margen izquierda donde aparecían los ocres del zumaque y granates-violáceos sobre el fondo verde de la cornicabra, que estaba en su momento de esplendor con los frutos que le dan nombre y que nacían en lugares inesperados, en algún momento parecía desde el tronco de una encina; cuando horas después llegamos arriba los rojizos de las vides nos acompañaron por todo el sendero haciendo las delicias de observadores y fotógrafos.



En el puente San Lorenzo, donde según los carteles el Tormes no está ni en Zamora ni en Salamanca, tomamos el tentempié y comenzamos la segunda parte, que durante un tramo coincide con el GR14, para seguir después por la Cicutina, donde los colores otoñales estaban en su esplendor, siguiendo en suaves subidas y bajadas el curso del rio adentrándonos en su cañón, hasta llegar a las cuestas y playa del Cordero donde el rio en un recodo se remansa.



En los riscos que lo rodean pudimos observar huellas de buitres que, si no vimos en ese momento, gracias a la agudeza visual de los fotógrafos, que puede competir con la de las rapaces, podemos comprobar que estaban. Este era el punto más bajo del recorrido, a partir del cual comienza la parte más dura de la jornada, ya que en unos cientos de metros se sube casi todo lo que en varios kms habíamos descendido durante la mañana, y además ahora lucía esplendido sol. Siguiendo un senderito a veces desdibujado, (al igual que el tramo inicial, también éste ha sido recuperado y señalizado la pasada primavera por lo que de momento es poco conocido y transitado).  



En los tramos más complicados, el apoyo mutuo facilitó el ascenso con lo que alrededor de las 3 de la tarde habíamos salido del cañón, aproximándonos a la penillanura donde pudimos encontrar sitio para comer, optando entre hacerlo al sol sentados en las paredes o a la sombra en el suelo, compartiendo trago y postres.
A partir de aquí, la marcha transcurre por anchos y bastante llanos caminos, entre paredes de piedra, rodeados por cultivos de olivos, almendros, viñas y algún que otro frutal, viendo acercarse Fermoselle.
Al llegar a la ermita de la Soledad junto al cementerio, sólo quedaba el último tramo de la ruta, si bien un grupo se sintió atraído por las casas en las rocas, otro grupo optó por completar la propuesta, pasando por la ermita de la Sta Cruz, donde reponer agua que por el sitio donde está, mala no puede ser, para llegar hasta el Mirador de las Escaleras y contemplar el cañón del Duero, cerca de la presa de Bemposta. Para concluir sólo restaba llegar a Fermoselle lo que hicimos con alegre paso, de forma que tuvimos tiempo de recorrer alguna de sus calles y el castillo, hacer alguna compra y recuperar líquidos, sentados tranquilamente en la plaza del pueblo.



Si en La Mira las crestas de Los Galallos y las sugerentes formas de las moles rocosas fueron la fuerza de la marcha, en los cañones del Tormes y del Duero, las sugerencias estuvieron en los minúsculos bancales que hacen pensar en el enorme esfuerzo realizado tiempo atrás para aprovechar al máximo una orografía hostil, en los riscos, y en la abundante vegetación con variados colores.
Las sensaciones ahí quedan y las podremos recordar gracias a las fotos compartidas.


Fotografías de José Luis García, Pedro Martín, Francisco Labrado, Alberto Hernández y José Mª Sánchez (track).

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