lunes, 20 de mayo de 2019

Crónica: Sierra de Eljas

Me sorprendieron con un sonoro aplauso cuando al despedirme del grupo le agradecí el haber compartido con ellos un espléndido día de ruta. Estaba claro que el autobús iba cargado de mucha educación y empatía, cosa que es de agradecer.

Había subido al autobús por la mañana, con el fin de incorporarme al grupo de senderismo Anda ya!, que se disponían a recorrer las Las Torres de Hernán Centeno, una ruta organizada por los hermanos Sánchez Corral, a los que había acompañado a realizar la previa, con no buenos recuerdos para mí. La mayoría de los viajeros venían sumidos en esa duermevela propia del madrugón dominical al que se le había sumado una hora de viaje con el sol entrando por las ventanillas.

Pasado Casillas de Flores, cogió el micro Ángel para dar unas pinceladas de la ruta y de paso que el personal se fuese desperezando. Estábamos llegando al oeste del oeste, el extremo del vértice de esa especie de paralelogramo que forma la provincia de Salamanca. Un paisaje espectacular, donde el granito ha impuesto su ley, sufriendo numerosas transformaciones por la erosión, dándole una configuración muy original. Las precipitaciones son abundantes, lo que permite que los pastos sean abundantes por esta zona extrema del Rebollar que raya con Portugal. Chema nos contó un resumen de la agitada vida del noble Hernán Centeno, que se refugió por estas sierras, en sus constantes escaramuzas con los demás nobles y Órdenes Militares.

Muy organizadas tiene estas salidas este grupo de senderismo. Primera parada en el bar a tomar combustible para la ascensión al Pico del Espinazo y establecer mi primera toma de contacto, donde compruebo que hay gente conocida. Estaban preparados en el bar para recibir a un grupo numeroso, previamente habían avisado, para que no los cojan sin nada ante tal avalancha. No faltaron amenizadores con flauta, tamboril y castañuelas.

Al llegar al punto de salida, mi memoria me trasladó un montón de años atrás cuando salí por primera vez con un grupo de montaña para subir al Espigüete, pagando la novatada de no llevar la equipación adecuada. Esa mañana, al ver salir en tromba del autobús, coger las mochilas, los bastones, la gorra, darse la crema solar, me preguntaba si estaría a la altura de un grupo ya profesional, a juzgar por su gran experiencia en rutas. Una vez realizado ese trámite con mucha diligencia, pronto pusieron en práctica el mensaje de este grupo Anda ya!, como si se tratara del “levántate y anda” bíblico, salieron todos escopetados en busca de la subida. Fue un espectáculo ver a todo el grupo, tiqui,tiqui, con sus bastones, Chema intentando frenar, pero me consta que algunos lo superaron para colarse por caminos equivocados.



Me recordaban las excursiones con niños, que en eso son campeones, de salidas en estampida. Fue preciosa la imagen de la subida, buscando veredas de las vacas entre escobas enormes. A medida que subíamos el blanco cambiaba por el amarillo del tojo, el torvisco y el tamaño se reducía, por lo que el grupo aparecía totalmente desperdigado, avanzando hacia el objetivo: la kilométrica pared.

Es este muro una obra de arte, respetuoso con el entorno, perfectamente integrada en él, aprovechando los bloques naturales, lo que le confieren una gran belleza, con sus pasos, gateras de animales, donde es fácilmente ver los caminos que ellos trazan. La línea pétrea iba a ser nuestra brújula, marcando siempre el este, también en el cielo, las nubes se habían estirado de lo lindo marcando la misma dirección, sobrevolando el Jálama, y es que este espacio invita a volar, con tan solo mirar hacia el sur y comprobar que tienes a los pies Valverde, Eljas y San Martín.

Quizás lo pensase también un senderista que se lanzó desde la pared como si fuese la pista de un aeropuerto. Reagrupados todos en torno a los organizadores, comenzamos a caminar rumbo al este, a buen ritmo, descubriendo un paisaje sobrecogedor, lleno de elementos naturales que incitan al desarrollo de la creatividad y la imaginación, siendo también un espacio ideal para pensar, cosa que creo que más de uno  practicó en su recorrido. Nunca había visto tantos caminantes juntos por estos parajes, normalmente desiertos ya que  a nosotros se unían también los rezagados de la carrera de Eljas bastante más exigente que la nuestra.

Entre conversación y admiración de este paisaje granítico agreste de picachos, crestas, composiciones muy pero que muy sugerentes, íbamos devorando kilómetros. Es el Espinazo la máxima altitud de esta cadena de media montaña. Lo dejamos de lado, su ladera es una impresionante colección de moles graníticas que parecen bajar deslizándose hacia el valle, donde nace el río Eljas, que apenas tiene un hilillo de agua, tapizado por piornos aún sin florecer y el pasto a punto de agostarse. Observo cómo la mayoría del grupo camina sin descanso, tienen interiorizado el Anda ya!, quizás no se enteren de las vistas hacia los cuatro puntos cardinales. A veces con buen criterio Chema, provoca una parada, pues es bueno conjugar los verbos caminar y observar.



En lo alto de una torre, aún se pueden ver los restos del castillo del aventurero Hernán. Las vistas son impresionantes, muy similares a las que se divisan desde el avión salvando la distancia, pueblos, caminos, balsas de agua, bosques de robles y castaños trenzados armónicamente. A lo lejos nuevos sistemas montañosos y el embalse de Borbollón.

La serpiente humana, que como tal a veces debe colarse por rendijas entre los peñascos, avanza sin parar hacia el puerto de Santa Clara. A pesar de no ser la más alta, la última torre, ofrece unas vistas espectaculares. Una ventana hace de original objetivo fotográfico, en lo más alto una pequeña meseta de granito con vistas al infinito. Dice el filósofo Peter Sloterdijk que la vida actual no ayuda a pensar, desde este mirador es difícil no hacerlo. De frente, el castañar de Ojestos, de colores primaverales, muy distinto del otoño, quizás la diferencia entre la vida y la muerte. Un Jálama desdibujado, desaliñado, muestra su peor cara, una ladera acribillada de cortafuegos y pistas, donde se divisa la ermita de San Blas, reconstruida hace poco.

Al terminar el estrecho desfiladero, la serpiente se transforma en línea recta paralela a la valla divisoria que sin darnos cuenta nos ha traído desde el Puerto Viejo.

Bajamos el puerto de Santa Clara por la calzada empedrada, perfectamente integrada entre el bosque de castaños y algún que otro roble. Buen lugar para darle saque al menú del caminante, donde no faltan los exquisitos bocatas y otras viandas reparadores de energía. Formamos una mesa longitudinal con asientos de bloques de granitos caídos en su día de las Torres ahora tapizados con musgo seco.

A esa hora el sol ya calentaba, un calor extremeño que siempre va por delante del calor castellano, por lo que la bajada entre sol y sombra fue muy agradable, entre castaños jóvenes apiñados y derechos como una vela peleando por buscar la luz. A orilla del camino, de vez en cuando, contemplamos abuelos centenarios de troncos carcomidos por la intemperie, pero que aguantan la emboscada del tiempo.

La meta estaba situada en San Martín de Trevejo, donde llegamos cada cual a su ritmo, todos derechos a la plaza porticada donde la cerveza pronto aplacó la sed. Pueblo serrano lleno de encanto donde destaca el agua corriendo por sus calles y las puertas con sus trancas enormes para guardar vete a saber qué-  mejor sería tenerlas abiertas para aprovechar la llegada de forasteros y mercadear-. De vuelta al autobús, el conductor nos sorprendió diciendo que había ido andando a Villamiel por la carretera, había recorrido más km que nosotros. Está visto que este grupo y especialmente su nombre imprime carácter: ANDA YA!. Gracias a todos.


> Publicado originalmente en Caminando y relatando.

Fotografías de Francisco Labrado, Ángel Sánchez, José Luis García y José Mª Sánchez (track).

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