lunes, 27 de marzo de 2017

Crónica: de Torrelobatón a Villalar

La Guerra de las Comunidades de Castilla se desarrolló entre 1520 y 1522. Hasta la derrota de Villalar (23 de abril de 1521) el movimiento se articuló en torno a dos núcleos fundamentales: Toledo en la Meseta Sur y Valladolid en la Meseta Norte. Inicialmente tuvo unas connotaciones antifiscales, pero en realidad la crisis política venía gestándose de largo, concretamente desde la muerte de Isabel la Católica en 1504. Con la llegada de Carlos V a la península en 1517 y la gran atención que éste prestó a sus consejeros flamencos, la alta aristocracia castellana se sintió relegada, lo que explica la pasividad de ésta en los primeros meses del enfrentamiento.

Durante la Guerra de las Comunidades de Castilla se enfrentaron dos modelos políticos: el de Carlos V, Emperador del Sacro Romano Imperio Germánico, que tenía una concepción patrimonial del poder, que situaba al cabeza de los Habsburgo al frente y aspiraba a la hegemonía europea. Su objetivo era la formación de una alianza de todos los reyes cristianos para frenar el expansionismo turco en Europa. Opuesto al proyecto absolutista y paneuropeo de Carlos V se alzaron los Comuneros, un movimiento popular que agrupó a todas las clases sociales castellanas con excepción de la alta nobleza. En principio las reivindicaciones comuneras eran de carácter antifiscal. Se negaron a financiar la coronación imperial de Carlos V, cuestión que creían ajena a los intereses de Castilla. Su idea era construir un proyecto protonacional castellano que defendiera la industria castellana frente a la competencia extranjera, que apoyara a los campesinos en sus reivindicaciones antiseñoriales y que convirtiera las Cortes en un elemento de control de la corona y de participación en la vida política.

Los comuneros fueron derrotados en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521, tras lo cual se afianzó el absolutismo. A partir de ese momento los impuestos de Castilla sirvieron para sufragar los costos de la política imperial de los Habsburgo, enfrentados en guerras interminables contra Francia, contra los protestantes y contra los turcos.

La ruta que habíamos titulado "De Torrelobatón a Villalar: Tras los últimos pasos de los Comuneros", comenzó con un desayuno en Tordesillas, la villa que albergó a la Santa Junta Comunera tras su traslado desde Ávila. Tordesillas fue la villa en la que vivió Juana la Loca, la reina castellana en cuyo nombre decían gobernar los comuneros. Esto les permitió contraponer la legitimidad de una reina castellana al rey extranjero, cuya legalidad era discutida.

La villa fue tomada por los realistas el 3 de diciembre de 1520 aprovechando que el grueso del ejército comunero capitaneado por Pedro Girón se había movilizado para contrarrestar la reorganización que las huestes realistas estaban llevando a cabo en la Tierra de Campos.

Nosotros comenzamos la marcha senderista en el castillo de Torrelobatón, hoy convertido en Centro de Interpretación del Movimiento Comunero, donde en 1961 se rodaron algunas escenas de la película El Cid, protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren. Este castillo comenzó a construirse en el siglo XIII y terminó sus obras a mediados del XV. Tiene una de las torres más sobresalientes de todos los construidos conforme al modelo de la Escuela de Valladolid.

Tras la conquista de Tordesillas por los realistas, Padilla quiso obtener un triunfo rápido para elevar la moral comunera. En febrero de 1521 tomó el castillo de Torrelobatón, de donde saldrían el 23 de abril de 1521 para dirigirse a la ciudad de Toro con el fin de reorganizarse y afrontar la prueba de fuerzas que se avecinaba.

Al igual que los Comuneros seguimos la ruta del valle del río Hornija, pero nosotros pudimos disfrutar de un tiempo espléndido. Por el contrario, ellos hubieron de caminar bajo un diluvio que caló sus huesos, estropeó su pólvora y lastró su marcha hasta el punto de dejarlos a los pies de los caballos de los realistas. A nuestras espaldas fuimos dejando los Montes Torozos y un paso detrás de otro caminamos por el GR-30 (sin señalizar, descatalogado y perdido en alguno de sus tramos).

El paisaje está dominado por los cultivos de cereal, en otro tiempo de secano y ahora ayudados por algo de riego procedente de pozos. El color dominante en el paisaje es el verde. Se nota que es la víspera de la primavera. El trigo, la alfalfa, el maíz, la cebada, la remolacha, las patatas, las zanahorias, las legumbres y la colza se suceden en las parcelas en sus distintas etapas de crecimiento según la naturaleza propia de cada especie.


Dada la fase de desarrollo en la que se hallan los cultivos durante la primavera, no es tiempo de encontrar rebaños de ovejas, muy abundantes en el verano, cuando las cabezas de ovino aprovechan la rastrojera tras el levantamiento de las cosechas. Las ruinas de los viejos palomares de adobe que nos salen al paso, nos recuerdan los tiempos, no muy lejanos, en los que se criaban palomas para degustar de vez en cuando un buen guisado de pichones.

La monotonía de la llanura cerealista se rompe de vez en ocasiones por las correrías de los bandos de perdices. En los últimos años se ha intentado reintroducir o aumentar la presencia de especies como la lechuza común y el cernícalo primilla para controlar las plagas del topillo campesino, pues el envenenamiento masivo para matar el topillo ha afectado a muchas especies, algunas tan importantes como la avutarda, la liebre y las distintas alondras.


Pasamos junto a Villasexmir y San Salvador de Hornija. Paramos a comer en el merendero de la ermita del Villar, en Gallegos de Hornija (siglo XVI). Esta ermita es muy venerada por las localidades del valle del Hornija por ser protectora de las buenas cosechas agrícolas.

En Vega de Valdetronco aprovechamos para tomar café en el bar del pueblo. Después continuamos hacia Marzales. Antes de llegar al pueblo nos desviamos por un camino de la concentración parcelaria hacia Villalar. En las inmediaciones del pueblo, en la otra orilla del río, junto a la carretera que comunica las poblaciones del valle del Hornija, se divisa el monolito que señala el lugar exacto de la batalla.


Aquel 23 de abril la lluvia seguía cayendo a cántaros. Los comuneros no tuvieron la oportunidad de desplegar sus fuerzas. La caballería realista les dio alcance y se lanzó al ataque de forma fulminante, sin esperar la llegada de la infantería del Condestable.

La suerte estaba echada: Padilla no pudo organizar sus tropas. La caballería realista aplastó sin contemplaciones a la embarrada infantería comunera en el campo que rodea el Puente de Fierro. Al día siguiente fueron degollados Padilla, Bravo y Maldonado en la plaza de Villalar, donde los senderistas llegamos a media tarde para entonar en su memoria el Canto de Esperanza, escrito por Luis López Álvarez y musicado por el Nuevo Mester de Juglaría. Estamos haciéndonos la foto de grupo en el monolito que los liberales erigieron en honor de los comuneros en 1821. En el mismo monolito al que cada año acuden miles de personas para depositar sus ofrendas florales desde que en 1976 iniciara las convocatorias festivo-reivindicativas el Instituto Regional Castellano-Leonés.


Fotografías de Alberto Hernández y Francisco Labrado.

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