lunes, 18 de marzo de 2024

Crónica: algo más que el Pozo de los Humos

 A pesar de los inconvenientes pudo realizarse la marcha. Tuvimos que prescindir de la ruta por detrás de la Cascada del Pinero, ya que desde el 15 de febrero medioambiente no permitía el paso. Esto obligó a rediseñarla, añadiéndose a la misma la Senda de la Fuente de las Fúas.
Pero lo peor estaba por llegar. Conforme nos acercábamos al fin de semana las previsiones meteorológicas se volvían cada vez más negras. Así que se preparó un plan B que, afortunadamente, no fue necesario llevar a cabo.
En estas condiciones partimos hacia Masueco rogando que el tiempo nos diera un respiro. Aparcamos en el centro del pueblo a escasos metros del bar donde desayunamos.
De allí nos dirigimos a la Ermita del Humilladero donde nos detuvimos para escuchar por qué los lugareños tienen tanta fe en el Cristo y las razones de que el cementerio (ahora ya en desuso) se encontrara adosado a dicha ermita.
Cruzamos la carretera y tomamos el Camino del Calvario para detenernos en una explanada a la derecha desde la que se contemplan hermosas vistas del este de la comarca en un radio de unos 10 kilómetros.
Y ahora sí, descendimos por un camino que pasa por delante de la Casa del Abogado, de viñedos y olivares -aún cultivados-, cruza el Castañar de Peñita Blanca y atraviesa un mágico bosque de árboles, zumaques y olivos centenarios cubiertos de líquenes. La vegetación ha cambiado. Hay madroños, madreselvas, rusco y jarillas. También la temperatura ha aumentado.
Nos desviamos a la izquierda para tomar la Senda de la Fuente de las Fúas que discurre entre olivos centenarios cultivados en terrazas. Es tan estrecha que las ramas casi nos rozan sin llegar a lastimarnos. El Uces canta unos metros más abajo y seguimos su fluir hasta el Pozo de los Humos. Lo encontramos pletórico, orgulloso, poderoso. No importa las veces que lo hayas visto. Siempre te parecerá diferente. En este caso, estaba sublime.



Tiempo para tomar el plátano, hacer fotos y disfrutar de tanta belleza.
Con el rugir de la cascada en nuestros oídos emprendimos el ascenso. Una vez arriba tomamos un camino limitado por paredes de piedra y cruzamos el Arroyo de la Crivera con sus aguas cantarinas antes de ascender de nuevo. La retina seguía acumulando bellas imágenes de parajes de ensueño antes de darnos de bruces con los estragos de la civilización. Las máquinas de la concentración parcelaria permanecían varadas e inocentes de la destrucción que su paso manifestaba en la pista de barro que habían abierto, mancillando la naturaleza. Afortunadamente al alzar la vista contemplabas los pequeños pueblos portugueses y la hendidura que insinuaba el Duero. Cruzamos el Regato de Monterroto que retozando se precipitaría unos kilómetros más abajo formando la Cascada del Pinero antes de unirse al Uces y acompañarlo hasta su desembocadura en el Duero.

Al llegar a la desembocadura nos alcanzó una nube de agua que venía persiguiéndonos desde el oeste. La comida, en este mágico lugar sobre el que volaban los buitres, tuvo que hacerse con el bocadillo en una mano y el paraguas en la otra. No duró mucho ni fue muy fuerte la lluvia, y había cesado cuando iniciamos el ascenso en busca de la Cascada del Pinero.

Abandonamos la pista parcelaria y pudimos todavía disfrutar del precioso sendero que nos conduce hasta ella. No había humedad por lo que el descenso no presentó dificultades extra. Y allí estaba bella y majestuosa en medio de un lugar de ensueño. No todo el grupo se animó a acercarse a ella, pero, a los que lo hicimos, nos colmó con creces las expectativas y el esfuerzo de la posterior subida.
Y ya sí; detrás quedaron las subidas y bajadas. A lo largo de pistas, barro, caminos y agua regresamos al pueblo, buscando refugio de la lluvia, que volvió a aparecer, en el bar del pueblo.
Dejamos Masueco a las 6 y estábamos en Salamanca a las 7,30 con el cuerpo cansado, aunque reconfortado con los pinchos y las cervezas, el espíritu relajado y una colección de bellas imágenes en nuestra retina donde permanecerán por mucho tiempo. Fue un día de agua en los oídos y en el alma y no tanta en nuestros cuerpos. ¡Bendita lluvia!.

Fotografías de Carlos de Dios y Fernando Márquez.

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