En las previas disfrutamos descubriendo la ruta; pero hace un mes, nos sorprendió encontrar a los operarios señalizando "nuestro camino": el GR-36. ¡Mecachis!, y sin asfalto que patear.
El 12 de abril amaneció radiante: así que parcas, polares y plumas se quedaron en el autocar. El sol nos envolvió y decidió acompañarnos toda la jornada (por demás), apreciando la sombra de olivos, fresnos, castaños y de algún matorral. La primavera lució su abanico de colores: el campo alfombrado de verdes; el amarillo de las mimosas; el blanco de los almendros; el cristalino de fuentes y charcas; el rojo de caras y cogotes de senderistas; el arco iris de mochilas, camisetas, gorras...
El Duero apareció ante nuestros ojos remasando por la primera central. Ya domado y reducido, sigue su descenso buscando la mar. Ya no hay pasos de contrabando, ya no se puede cruzar. Ahora es oferta turística de cruceros, paseos en barco y navíos de fluvio-felicidad.
Luego, el camino serpentea entre suaves subidas y dulces bajadas de caminos agrícolas que con sus muros de piedras nos enmarcan -como al río- para que nadie se pueda despistar.
Así que bien repuest@s, decidimos que podíamos tomar el café en Miranda do Douro. En un pis-pas, llegamos a Miranda. Y allí, cada quien, decidió darse un gusto con caña, queso, "natas"... Todavía recorrimos tiendas, mercados y catedral.
A las 18:30, al autocar. Despedimos al Duero y cruzamos la antigua frontera, dejándonos ya arrullar con las noticias de las próximas salidas.
Fotografías de Alberto Hernández y Francisco Labrado.
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