lunes, 13 de febrero de 2017

Crónica: de tierras del pan a tierras del vino

Cuenta una vieja leyenda que el Sol, la Lluvia y el Viento estaban siempre peleando por ver quien era más fuerte. Un día de bronca típicos, no recuerdo si en febrero o en mayo, vieron a un caminante vestido con una capa, tampoco sé si bejarana o zamorana, y decidieron retarse: el/la más fuerte sería quien consiguiera quitar la capa al andarín.
Empezó el Viento. Sopló y sopló, cada vez  más violento. Cuanto más aumentaba la fuerza del aire, más se apretaba la capa el caminante y más sujeta quedaba. Después le tocó el turno a la Lluvia. Empezó de forma suave, pero acabó con tremendo aguacero. Nuestro peregrino, lejos de quitarse la capa, se la echó por la cabeza y siguió su camino. Por último le tocó el turno al Sol que, rojo de rabia, mandaba rayos cada vez más ardientes. El pobre hombre, que ni desabrochando la capa podía dejar de sudar, decidió quitársela y seguir el sendero con ella de la mano.
Conclusión: el Sol se convirtió en el astro rey.
Moraleja: el peregrino siguió su camino, acondicionando su vestimenta a las inclemencias del tiempo, sin saber que era víctima de un "juego de tronos".


En la ruta de "tierras del pan a tierras del vino", las mujeres y hombres senderistas pasaron una prueba similar, con conocimiento de causa. Los resultados, estadísticamente registrados, fueron los siguientes:
Cuando soplaba el viento, aumentaron la velocidad de su pasos y lucharon de costado, de frente y de lado... El viento tuvo que reconocer que no había podido con las andayanas (rima mejor).


Llegó la lluvia a estropear la frugal comida con la que se estaban recuperando; pero ahí estuvieron prestos: recogieron el mantel y las viandas, se ataron bien las capas y, a grandes zancadas, dejaron al nubarrón mojando las migajas.

Por fin, se asomó un poquito el sol, pero sabiendo ya de tales agallas, sacó algún rayito que solo iluminó las caras.


En las caras atisbamos algo de emoción: por una iglesia, por unas aves, por unas aguas amansadas; por un arco del medievo, por unas tierras pardas y ¡hasta por una escuela republicana!.

Al fin llegamos a Toro, donde disfrutamos de su Colegiata, de su vino, de sus plazas... Y llegada la hora, al autobús y vuelta a casa, a apuntarnos otra vez para ver las aguas del Duero, ahora por "las arribanzas".




Fotografías de Alberto Hernández.

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