viernes, 19 de octubre de 2018

Crónica: de La Covatilla a la Dehesa de Candelario

Primer domingo de octubre, hemos madrugado más que en otras ocasiones (hay quien me lo recuerda), pero para Pedro y para mí es importante que hoy sea un buen día y todo salga según lo previsto.

Somos puntuales y a las 7:30 nuestro microbús está rumbo a la Covatilla, se nos ha sumado una senderista de la Facendera que también ha madrugado sin tener conocimiento de que su ruta se había anulado, y ya que estaba allí... así de dispuestos somos los de ¡Anda ya!.


Ya nos esperan en el bar La Covatilla de la Hoya con la máquina de cafés encendida, churros, porras, pinchos... un local acogedor (vaya rasca que hacía fuera) donde su dueña, Ana, nos atendía en nuestro consabido turno de pedida.

De vuelta al autocar todos teníamos en mente que como hiciera así arriba, íbamos a pasar frío. Pero arriba lucía el sol, el viento se había apaciguado y el fresquito nos apetecía más que el calor.



Nada más empezar toca subir, poco a poco a nuestros pies se va extendiendo el amplio manto del horizonte con sus espectaculares vistas. El sendero, de mullidos pastos, nos permite acceder a la Cuerda del Calvitero.

Sopla un poco el viento, quizá para hacernos saber que es uno de los dueños de esa altitud, de esa llanura inhóspita donde solo crecen piornos, piedras y algunos matojos, donde ningún caballo quiso salir a saludarnos; sin embargo, nuestros ojos podía llegar hasta las remotas cumbres de Gredos.


Paramos a descansar en el mirador de la Lagunas del Trampal, donde nos quedamos como lagartos al sol disfrutando de una gratificante y aquietada mañana.

Iniciamos el descenso de 1.200 metros, nos dirigimos hacia Hoyamoros, donde ya nos esperaban esos brillantes verdes, esas moles rocosas de formas delineadas y caprichosas. Acompañamos en su discurrir al Cuerpo de Hombre, que nos hizo pasar entre los huecos de ese muro granítico, antesala de uno de los más bellos parajes.


Seguimos los sucesivos zigzags del río y los abandonamos en uno de los roquedales que nos obliga a ir con sumo cuidado, posando pies, manos y culeras para salvar los desniveles y las laberínticas ondulaciones hasta llegar a Hoyacuevas, lo más difícil había quedado atrás.

Comida a la solana de unas moles pedregosas, la consabida siesta de algunos, el parlao y en marcha, a afrontar la última parte: la subida entre piornales hasta el Cascanueces y la bajada por pista, de pinos y robles, hasta la Dehesa de Candelario donde nos recoge el microbús para llevarnos, primero a nuestro descanso en Candelario y finalmente a Salamanca.


Fotografías de José Luis García, José Mª Sánchez (track), Alberto Hernández y Francisco Labrado.

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