lunes, 27 de febrero de 2017

Crónica: Sayago norte

Tras atravesar Sayago de sur a norte cómodamente sentados, contemplando el relajante triscar de los ternerillos por los verdes prados, llegamos a Villardiegua donde comenzamos a caminar visitando su monumento más emblemático el verraco, toro, o yegua más conocido como “la mula” de probable origen vetón, en cualquier caso prerromano. Cerca, entre las paredes que limitan los cortinos apreciamos un fincón de forma vitalista, que llama más la atención por estar junto a la iglesia y el cementerio, muy próximos entre si, lo que no es frecuente. Quizás los colocaran así para hacer más corto el último viaje o para que los más ancianos puedan llegar sin tener que ir aprisa.

Recorremos parte de la localidad, contemplando casas tradicionales, sin huecos al exterior, salvo las grandes portadas, de graníticos dinteles, que dan acceso a la portalada, tenadas, corral y en la parte más interior, la vivienda propiamente dicha. En alguna fachada, estelas romanas procedentes, como la mula, del castro de San Mamede que visitaremos avanzada la jornada.

Llegamos así al único bar de la localidad, donde nos esperaban con dulces, pincho de tortilla y otro de nombre muy portugués. Coincidiendo con un grupo de cazadores, charlando comprobamos, para mutuo alivio, que nuestras actividades no se iban a solapar. Por su parte, nos informaron de la existencia, en nuestro recorrido, de dos nidos de una longeva pareja de águila real.

Comenzamos la ruta senderista propiamente dicha, caminando hacia el norte como inicialmente se había propuesto, pero que tras sucesivas previas se consideró inviable, por el momento, ya que la desaparición de antiguos senderos, bien por falta de uso o como consecuencia del incendio de 2013, la harían de excesiva duración.


Antes de llegar al Arroyo de Peña del Lobo pudimos observar el contraste entre el reverdecer de escobas y carrascos y la belleza muerta de las encinas quemadas (alguna sólo la mitad). Alguien se preguntaba por qué no las podarían. Bueno, quizás quedara más bonito o cuanto menos más alegre, pero los lugareños no son paisajistas, habitan el paisaje lo que en estas tierras no es poco, ¿qué poder calorífico pueden proporcionar encinas ya quemadas?.




Próximo a acabarse el cómodo camino que llevábamos  para poder acercarnos al Duero se hacía necesario dirigirse al sur cruzando el primer arroyo de la jornada y algún tramo ligeramente encharcardo, para llegar a la zona de La Saz y tener una primera vista del encajonamiento del río  Pasados los antiguos lavaderos, ahora cubiertos completamente de zarzas e invisibles, nos encontramos en uno de los puntos álgidos de la ruta “el Despeñadero de la Finiestra”, justo enfrente de la ermita portuguesa de Sao Joao.

Cruzando colagas (albañales naturales) y algún arroyuelo, caminando entre berrocales de grandes peñas, la mayoría redondeadas, algunas en inestable equilibrio y otras con curiosas formas “de croisant”, llegamos a los molinos del arroyo del Pontón. En el de más abajo, la extraordinaria vista del cañón merece una paradita, para enseguida subir hasta el mirador con su placa conmemorativa, acercarnos a las “cazoletas” restos de muy antiguas explotaciones mineras y campo a través, pasando junto a los restos de la ermita llegar al punto culminante de la ruta: el Castro de Peña Redonda.


Desde Peña Redonda, las vistas a la redonda son espectaculares, al sur las sinuosidades del cañón, a nuestros pies los precipicios de los arribanzos, hacia el interior el bosque de encinas y echando la vista atrás, sino la calzada de los gigantes, sí el campo de juego de canicas de sus hijos. Espléndido lugar para comer, eso sí a la solana y buscando la abrigada que el viento soplaba fuerte, así se produjo una notable dispersión y alguno/a buscaron tan buen sitio que sino hubiera sido por la atención de Alberto se hubieran quedado allí buen rato.


Ya en tierras de Torregamones, por un sendero de difícil localización en nuestro sentido de la marcha, nos dirigimos hacia la colaga La Palla, con vistas a Miranda de Douro, y de ahí a los “famosos” chiviteros, restaurados sobre la base de otros preexistentes. Alguna de sus edificaciones puede venir muy bien en días de lluvia.


Desde aquí hay dos opciones: el muy amplio camino de los arrieros con numerosas charcas y fuentes llegando a la localidad o el GR-14 siguiendo y cruzando diversos arroyos, optando por este último. Cuando se intuyen las primeras casas, briosos jóvenes que nos acompañan, toman la cabeza, avivan el paso y llegamos en un suspiro.


Ya en Torregamones, un poco de charla con alguna vecina, visita opcional, recuperación en el bar moderno o en el tradicional (en este, la televisión en portugués) y regreso a Salamanca.

Según diferentes aparatos de medida unos 20 kilómetros.


Fotografías de Francisco Labrado, Alberto Hernández, José Luis García y Ángel Sánchez.

1 comentario:

  1. Gracias a todos, especialmente a los magníficos fotógrafos que nos permiten volver a ver lo que vimos y a ver lo que no vimos.Y como lo inmortalizan hay quedan para recuperar sensaciones cuando vayamos olvidando.

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