jueves, 23 de octubre de 2014

Crónica: a Porto en tren

Para nosotros de tierra adentro, adentro, adentro, la raya rota de la frontera ha sido durante décadas de dictaduras una frontera que nos separaba física y mentalmente de nuestros vecinos/as que vivían ahí al lado y con los que compartíamos miseria, explotación y abandono secular. Dejarnos llevar por el río de la vida, por la arteria que siempre debió de unirnos, es como reconciliarnos con la historia, con la geografía. Hacerlo, llevados por un tren que todavía conecta las tierras aisladas de Trasosmontes y Beira Alta con la metrópoli de Oporto, es un placer que muchas personas se pueden permitir, pero que sólo algunas sabemos apreciar.

Unas  gentes prefieren el postín de los cruceros del quiero y no puedo, otras las playas desiertas del Caribe y se escapan con Curro para creerse reyes por una semana de evasión. Nosotras y nosotros optamos por lo auténtico, por un viejo tren lleno de vida mientras los despachos de Lisboa y Mario Dragui no decreten su desaparición.



Un vuelco en el corazón sufrieron los guías a las 8 en punto de la mañana cuando fueron conscientes de que sobraban 4 viajer@s que no tenían asiento en el bus "grande" de 51 plazas, en lugar de 54, de Hnos. Martín. Un malentendido que se pudo superar con la ayuda del coche escoba que tantas veces hemos tenido que ahuyentar.

Con todo, una hora antes de la salida prevista del comboio, el vestíbulo y los andenes de la estación de Pocinho rebosaba con andayan@s -que no andayay@s- que, impacientes como niños/as, no veían la hora en la que el silbato diera la orden de salida hacia Oporto.


Hemos viajado muchas veces en este tren con grupos de senderistas -o domingueros- y nunca deja de sorprendernos la emoción que sentimos ante el espectáculo que nos ofrecen las laderas del Duero, jalonadas con cientos de viñedos del afamado vino de Porto, las quintas y mansiones con sus almacenes y embarcaderos del mosto, a la espera de ser deslizados hasta las bodegas de Vila Nova de Gaia.

En Oporto nos esperaba nuestra guía de lujo, Concha Tello, como ella pronunciaba con ese dulce acento lusitano que caracteriza a los/as portugueses/as. Ella nos trasmitió su entusiasmo, su hospitalidad y nos descubrió las historias de Portugal que nos narran los azulejos -azules unos y a todo color otros- de la bella estación de Sâo Bento.



En los dos días siguientes, una vez más para muchas personas y por primera vez para otras, la ciudad de Porto nos sorprendió con su encanto, sus abigarradas casas y barrios encaramados en las laderas de las márgenes del Douro, sus calles llenas de vida y autenticidad, sus monumentos, grandes avenidas, tortuosos callejones, escaleras, jardines, palacios, iglesias y mercados populares -nada que ver con Mercadona-, funiculares, tranvías, metros vanguardistas, los puentes de mecanos estilo Eiffel, sus librerías y tiendas con encanto y no sé cuántas cosas más.

Por hacer gala a nuestra tradición andayana, David, el guía que hizo que todo encajara y cuidó hasta el último detalle, nos invitó a caminar la ciudad con escalas en la Casa da Música, en la Fundación Serralves ambientada en encantadores jardines y con bosques históricos, que acoge el museo de arte contemporáneo que proyectó el mismísimo Alvaro Siza. ¿Cómo no acabar una jornada de senderismo tan dura dándonos un homenaje de arroz de mariscos o de tamboril -rape en el idioma vecino- y un paseo por la playa junto al puerto pesquero de Matosinhos?.

Luego cada cual se dejó perder por las callejuelas, los bares, restaurantes, mariscarias churrascarias, o cafeterías tan majestuosas como el Magestic -algo subida de tono y demasiado orientada hacia el turismo-.

Para acabar, Concha, nuestra entusiasta guía local, nos guió el lunes -a matacaballo, a causa de la implacable hora de regreso de nuestro comboio- y, en medio de la lluvia, nos descubrió rincones y joyas arquitectónicas que muchos de nosotros nunca llegaríamos a ver aunque volviéramos cien veces por nuestra cuenta. Además nos recomendó otros tantos lugares, iglesias, o edificios arquitectónicos que no debemos dejar de visitar en el "próximo viaje".



Nuestra escapada en tren hasta Oporto nos ha sabido a poco, hemos llegado a la conclusión de que esa vecina ciudad bien merece unas cuantas visitas más...

Fotografías de Javier Hernández y Ángel Sánchez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario