La luz de Marsella llena la última película de Robert Guédiguian para
aportar toda la claridad y optimismo necesarios en estos tiempos difíciles.
Aunque, hablando con propiedad, habría que decir que ese resplandor y esperanza
nacen del sentido humanista que se respira en “Las nieves del Kilimanjaro” , y del
convencimiento del director sobre la necesidad de una postura moral ante tal
encrucijada. A partir del texto de Victor Hugo “La gente
pobre”, Guédiguian nos presenta a un Michel que se ha visto obligado a
prejubilarse en los astilleros de L’Estaque, y a su mujer Marie-Claire que ya
da por criada a la prole. Ahora planean un viaje largamente soñado y siempre
pospuesto al continente africano, regalo de sus hijos por su trigésimo
aniversario de bodas y también ilusión de toda una vida que por fin parece
cumplirse. Sin embargo, pronto descubrirán que las cosas no siempre suceden
como uno tiene previsto, que hay gente que necesita algo más que unas
vacaciones en el Kilimanjaro, y que existen otras maneras más reconfortantes de
ser felices.
Desde la conflictividad de una regulación laboral y la lucha sindical por
defender a los obreros, Guédiguian se eleva por encima del conflicto político
para hablarnos de un sentido de la justicia que está por encima de la letra
escrita, que tiene carácter personal y que interpela a una solidaridad
colectiva en franco retroceso. De esa forma, el director de “Marie-Jo y sus dos amores” (2002)
supera el ámbito de lo legal que el código civil o penal pudiera tipificar,
para hablar al corazón de sus personajes —y de los espectadores— y hacerles
entender que hay circunstancias que pueden explicar e incluso justificar
algunos actos no del todo apropiados. Un despido, un robo o una agresión pueden
esconder mucho drama y sufrimiento personal, como le sucede al muchacho de la
historia y a sus hermanos pequeños. Y una ayuda, un detalle o una caricia
pueden significar algo más que la fría resolución de un problema ajeno, porque
el primer beneficio queda en quien lo lleva a cabo.
En “Las nieves del Kilimanjaro” asistimos a la buena obra de un matrimonio
de principios, que luchó toda su vida por unas libertades —Michel es líder
histórico de la CGT— y que ahora echa en falta ese sentido de compromiso
en una generación que sufre la precariedad laboral. Sin embargo, con cierta
nostalgia de un tiempo pasado, Guédiguian abandona con Michel la lucha sindical
para poner su esperanza en la transformación del corazón del hombre, y tanto
Marie-Claire como Michel no le defraudan. La perspectiva moral es tan idealista
como realista lo es su problemática, y el sentido positivo y luminoso inundan
los alrededores del puerto marsellés tanto como el alma de sus protagonistas.
La fotografía es luminosa y cálida, los espacios preferentemente abiertos, y la
cámara parece acariciar a unos personajes a los que quiere y comprende, para
terminar levantando un paisaje físico y humano lleno de claridad y sinceridad.
Espléndidos están sus actores de siempre, con una Ariane Ascaride de
mirada honesta y cariñosa, un Jean-Pierre Darroussin de
semblante sencillo y honrado, y un Gérard Meylan como amigo
leal y auténtico, en unas interpretaciones tan populares y naturales como en
admirable complicidad con la causa que encarnan, y sin caer en el buenismo.
No abandona, por tanto, el director a su familia artística ni a su ciudad,
como tampoco la temática social presente en toda su filmografía. Sin embargo,
aquí —quizá por estar todos inmersos en un tiempo de crisis— opta por
profundizar en el problema y darnos optimismo y esperanza para decirnos que no
es necesario ir al Kilimanjaro para encontrar un poco de felicidad. Hay
situaciones conmovedoras porque no se rehuye el sentido dramático de la
historia, y también momentos de fino humor que se ven con una sonrisa en los
labios. Tampoco faltan los gestos de comprensión hacia la distinta manera de
ver la vida por las nuevas generaciones, quizá tan combativas como la de sus
padres.
Por eso, a pesar del habitual espíritu de denuncia
social y política, aquí Guédiguian adopta un tono más amable y constructivo. La
película encantará sobre todo a quienes quieran ver historias entrañables y
personajes de buen corazón, a quienes deseen salir del cine creyendo que las
cosas se pueden arreglar si adoptamos una postura más solidaria, si conseguimos
una mirada más humana y moral del problema. Obtuvo, con todo merecimiento, la
Espiga de Plata en la última Seminci, además del Premio del Público
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